lunes, 2 de septiembre de 2013

Cartas desde mi infierno (60)



Vi un miembro viril orgullosamente erecto en medio de una champa de ensortijados vellos negros, vi las venas sobresalientes en su tallo, vi su glande rosadito y terso, como para lamerlo con delicadeza, y me la imaginé en mi boquita coqueta, me imaginé sopesando esos grandes testículos colgantes en mi mano, y me imaginé tú y yo lamiendo juntitos esa pichula, nuestras lenguas juguetonas encontrándose son ese tronco carnal erguido y duro, deslizándose gozosas sobre ese glande, hasta que saboreé nuestras salivas mezcladas con el semen que hemos escanciado con nuestras mamadas alternadas. Mi mayor fantasía es tener en mi mano una verga, erectarla con mis manos y mi boca y lengua, sentir su virilidad latiendo, su potencia sexual, su fuerza pene-trativa. Sentir la sensual blandura de su tallo en mi boca y después la lenta aparición del glande, rosado, brillante, terso, sentirla en mi boca creciendo y endureciéndose, ahogándome de dura carnalidad. Ayer me masturbe mirando porno en Internet, mirando hombres vestidos con ropa de mujer y una shemale rubia maciza pajeándose. Me excita mucho ver pichulas grandes, paradas, eyaculando, y si ellos están con medias o cuadros de mujer me excita más aun. Por cierto que después de estas sesiones fálicas me vienen remordimientos y vergüenzas, pero esa culpabilidad de transforma en morbo, en el goce de un placer prohibido. He tenido muy pocas vergas en mis manos, miedo, pudor, vergüenza, no lo sé, pero esas limitaciones son parte integral de mi vida. Muchas veces he revivido la sensación de la pequeña verga de Juanito punzando mi hoyito anal, y también muchas veces me he arrepentido de no haberme dejado penetrar. Pero como evitar las pulsiones y ambivalencias de un hombre ante el pene, como evitar soñar ponerse en cuatro ofreciendo el ano a una potencial pene-tración, como entregarse a una iniciación que permanecerá para siempre en el inconsciente, y será fuente de infinitas masturbaciones al revivir esa sensación extrema para un macho, y dará origen a innumerables fantasías, cada una con su goce. La penetración en cuatro, a lo perrito, esa postura humillante, pero que también es la de la entrega máxima de un macho a otro, ya que ofrece su culo, sus nalgas, su ano, abiertamente, sin remilgos, y espera pasivo la viril pene-tración, y además no deja ver su miembro, mostrándose solo como una hembra receptiva. No creo tener instintos homo, es solo la sensación de algo escondido, de lo que no puede ser. No siento deseos de que esos  picos me penetren, solo siento que me gustaría verlos, tocarlos, por último sentirlos rozando mi cuerpo estremecido.

El Vizconde divagador

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