“De falos hablaremos hoy.
De falos y de orgasmos femeninos. De frotes y gozos. De nuestros cóncavos
placeres sin castración”. Anne Cé.
Donde van ahora mis lavas ardientes a calcinar mis
instintos si ya no hay un cauce, un regazo, un cuerpo maternal donde yacer a
esperar el fuego en torrente que habita la carne pecadora si tú has huido del
infierno aterrada por el duelo, la desesperanza y el desengaño. Tú eras la ungida,
la orquídea inmortal que nace y renace del fango, sobre ti caían los requiebros
de la abstinencia, los pétalos del celibato con sus pestilencias malditas, a ti
iban los aullidos del lobo, en ti florecían las oscuras amapolas del vicio con
sus hedores amoniacales. Donde se vierten ahora las aguas seminales de los
tormentos del ver y no tocar las vergas erectas, los falos imponentes, los
penes inhiestos como mástiles de la nave sagrada, los miembros tiesos de dura
carne venosa, las méntulas erguidas, los príapos orgullosos, si no hay ya
descanso para la depravación que late escondida entre las cloacas de los
instintos contenidos. Porque en ti navegaba mi esperanza de no seguir solo
naufragado, perdido en las tinieblas de una selva olorosa a machos enlechados,
y vagar entonces de tu mano cómplice por esos senderos de la perversión para
siempre. Tú habías de ser la amante madre amiga, incestuosa, amada y convertida
al rito secreto que cuaja entre la fantasía desatada y la realidad impalpable
del templo fálico donde se queman los inciensos de mis locuras obsesivas. Donde
acudirán entonces los deseos insaciados a verter sus savias sementales, las
masturbaciones veladas de los ojos bien abiertos, los estremecimientos del
delirio en el frenesí de la copula ambigua y asexuada, la mano que se aferra a
un miembro viril para consumarse en el espejo de la virginal sodomía. Ya eres
innombrable e imposible, ya estás en el vértigo de lo ausente necesario, ya
posees la leyenda y el túmulo del destierro, ya penas por las penumbras donde
desembocan las miasmas del espanto, ya no huyes del bosque de las pichulas
paradas, de los picos endurecidos de los potros en celo, ya no vas con tus
ternuras borrando las huellas del pecado ni aconsejando las penitencias que
laven las mustias muecas de mis demonios. Donde estará ahora esperando la nueva
madre vaginal que borre tu nombre de las lapidas, que oculte tu perfume con la
fetidez salvaje de sus axilas y desagüe el resabio persistente de tus besos con
el agrio sabor de su saliva, de sus fluidos corporales, de su sudor de hembra
ancestral que todo lo perdona y todo lo comprende. Donde.
Un Vizconde Anónimo.
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