viernes, 1 de noviembre de 2013

Carta desde el paraíso 22



“De falos hablaremos hoy. De falos y de orgasmos femeninos. De frotes y gozos. De nuestros cóncavos placeres sin castración”. Anne Cé.

Donde van ahora mis lavas ardientes a calcinar mis instintos si ya no hay un cauce, un regazo, un cuerpo maternal donde yacer a esperar el fuego en torrente que habita la carne pecadora si tú has huido del infierno aterrada por el duelo, la desesperanza y el desengaño. Tú eras la ungida, la orquídea inmortal que nace y renace del fango, sobre ti caían los requiebros de la abstinencia, los pétalos del celibato con sus pestilencias malditas, a ti iban los aullidos del lobo, en ti florecían las oscuras amapolas del vicio con sus hedores amoniacales. Donde se vierten ahora las aguas seminales de los tormentos del ver y no tocar las vergas erectas, los falos imponentes, los penes inhiestos como mástiles de la nave sagrada, los miembros tiesos de dura carne venosa, las méntulas erguidas, los príapos orgullosos, si no hay ya descanso para la depravación que late escondida entre las cloacas de los instintos contenidos. Porque en ti navegaba mi esperanza de no seguir solo naufragado, perdido en las tinieblas de una selva olorosa a machos enlechados, y vagar entonces de tu mano cómplice por esos senderos de la perversión para siempre. Tú habías de ser la amante madre amiga, incestuosa, amada y convertida al rito secreto que cuaja entre la fantasía desatada y la realidad impalpable del templo fálico donde se queman los inciensos de mis locuras obsesivas. Donde acudirán entonces los deseos insaciados a verter sus savias sementales, las masturbaciones veladas de los ojos bien abiertos, los estremecimientos del delirio en el frenesí de la copula ambigua y asexuada, la mano que se aferra a un miembro viril para consumarse en el espejo de la virginal sodomía. Ya eres innombrable e imposible, ya estás en el vértigo de lo ausente necesario, ya posees la leyenda y el túmulo del destierro, ya penas por las penumbras donde desembocan las miasmas del espanto, ya no huyes del bosque de las pichulas paradas, de los picos endurecidos de los potros en celo, ya no vas con tus ternuras borrando las huellas del pecado ni aconsejando las penitencias que laven las mustias muecas de mis demonios. Donde estará ahora esperando la nueva madre vaginal que borre tu nombre de las lapidas, que oculte tu perfume con la fetidez salvaje de sus axilas y desagüe el resabio persistente de tus besos con el agrio sabor de su saliva, de sus fluidos corporales, de su sudor de hembra ancestral que todo lo perdona y todo lo comprende. Donde.
Un Vizconde Anónimo.


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