miércoles, 30 de octubre de 2013

Cartas desde mi infierno (70)


LAS PALABRAS

Las palabras que abren los diques y se vierten en los torrentes del desahogo, quiebran la castidad obligada, el terrible celibato que apenas se rompe en solitarios ritos onanistas, en imaginaciones desbordadas que transgreden limites, pudores y temores aflorando como perfumadas flores de fango en pequeñas perversiones o ocultas e imposibles aberraciones a partir de los rescoldos de lo vivido cuando los días eran una voluptuosa continuidad de inolvidables goces carnales. Palabras que hoy que es el tiempo de los años dorados con su despliegue de nuevas opciones y búsquedas en esas brasas que aun permanecen entre las cenizas surgen como un llamado a los instintos escondidos y secretos, como una llama que inflama la piel en un torbellino de revividas sensaciones, y abren senderos alternativos en un antes prohibidos pero que ahora asumen la posibilidad de realizarse. Y se buscan esas otras opciones que estuvieron en el fondo mismo de los instintos, y salen a la luz las fantasías sodomititas, las incestuosas, las zoofílicas, y el placer voyerista se complace mirando a machos mamándose sus vergas o penetrándose en un juego de sudorosos cuerpos desnudos, mirando el juego de una mujer madura con un joven efebo de dura verga que la violenta y penetra mientras mama su tetamenta como un niño hambriento, o mirando la mano que masajea el pene de un perro hasta hacerlo salir de su estuche, rojo e imponente, y luego lo masturba hasta la abundante eyaculación. Y el alma sofocada en su celda de barrotes masturbatorios vaga por esas imágenes introduciéndose en ella como si atravesara un espejo y es el macho penetrado, el joven edípico aferrado a ese pezón maduro, la mano que pajea el perro sintiendo la rigidez de su hueso peneano, y también el macho que penetra otro macho, la mujer abusada por el juvenil fauno erecto o el perro que se deja masturbar arqueando desesperado tu espinazo hasta soltar el semen a borbotones. Y todo surge de la magia de las palabras, porque ahí está la llave que abre la desaforada imaginación a los recuerdos impúdicos de esas pocas vergas que tocamos, pajeamos o chupamos en los secretos ritos de amistosas sodomías, de los delicados dedos de algunas mujeres que violaron nuestra flor del sur con deseado consentimiento, de la extraña sensación de la lengua lamedora o del pene erecto de alguna mascota canina cómplice de pequeñas aberraciones, de la lengua en un ano femenino y el propio ano lamido, de la visión de los tríos donde vulvas y vergas era indistintos objetos de placer en medio de los cuerpos trabados. Y acá más cercanas, las simples felicidades del sexo reducido a la viciosa y rutinaria masturbación en la virtualidad del cibersexo o ante las imágenes impersonales de parejas muy maduras culiando a destajo, de juegos fálicos entre machos que se pajean mutuamente o se penetran como perros callejeros, de travestís y pajeros, de zoofilia e incesto, en fin, todos esos rastrojos sexuales que aun falta por escribir.
Tu Vizconde literario.


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