miércoles, 3 de julio de 2013

Carta desde el paraíso 16


DEFENSA DE RAUL (2)

Y fue por esos tiempos que te me apareciste tú declarándome tu Amo y Señor, y yo ungiéndote como mi esclava y doncella. Y entre el absurdo juego de mascaras y seudónimos que yo venía jugando con otras y otros no supe como salir de esa jungla para recibirte de frente, a cara franca, no hubo tiempo, todo fue muy rápido, maravillosamente inesperado, intenso desde el inicio, tu lo sabes porque lo viviste tan bien como yo. Si recuerdas bien fue como un relámpago, un destello de una luz que abarcaba el todo universo, que rompía nuestras vidas calmas y rutinarias, y en dos días pasamos de ser amigos de un club literario a ser dos amantes desesperados. Así de maravilloso. No sabía quien eras, como eras, que quería, que buscabas, te sentí avasalladora, segura de ti misma, demasiado parecida a las que yo buscaba desde siempre como para ser real. Y cometí el error que aun estoy pagando. No me saqué la mascara, no te di mi nombre, y seguí asumiendo otro rostro, otro cuerpo, otro miembro viril, aunque mi historia sí era real, y también era real lo que te decía, mi seducción y mi literatura, solo la forma era falsa, el fondo era muy real. Y vino el Amar, y tus imágenes y mi poesía bajo tu embrujo, y nos invadió la cercanía y la necesidad de estar juntos. Y te fui seduciendo, pervirtiendo, atrayéndote hacia mi red de amor y deseo, y te fuiste entregando a mis brazos y palabras, y fuiste cumpliendo la profecía de que seria mía, como nunca antes fuiste de nadie y como nunca antes poseí a nadie. Y nos fuimos anudando entre poemas y coqueteos, consumaciones y  goces compartidos, y entre juegos impúdicos y alegoría fálicas, y instauramos el ídolo y el nido, los tetes y las pompas, la flor del sur y las palomas, y fuimos felices en el goce y desesperados en al Amar. Y una cosa llevó a  otra, y un día apareció el poeta, y otro fuiste Casandra, y vino el Vizconde y al final el rostro verdadero, y el Amar seguía ahí iluminando esas metamorfosis y esos desvaríos, y vivimos delirios, desencuentros, largas ausencias, silencios y celos, y supimos del dolor de la distancia pero también del nacer de la esperanza. Y Raúl fue difuminándose, diluyéndose, desapareciendo, y lo odiaste para siempre en el desengaño, pero hoy has comenzado a perdonarlo pues en la serenidad de tu alma sabes que sin él estas cartas no habían sido nunca escritas, y jamás hubiera florecido este Amar.

El Vizconde

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