DEFENSA DE RAUL (2)
Y fue por esos tiempos que te me apareciste tú declarándome
tu Amo y Señor, y yo ungiéndote como mi esclava y doncella. Y entre el absurdo juego
de mascaras y seudónimos que yo venía jugando con otras y otros no supe como
salir de esa jungla para recibirte de frente, a cara franca, no hubo tiempo,
todo fue muy rápido, maravillosamente inesperado, intenso desde el inicio, tu
lo sabes porque lo viviste tan bien como yo. Si recuerdas bien fue como un
relámpago, un destello de una luz que abarcaba el todo universo, que rompía
nuestras vidas calmas y rutinarias, y en dos días pasamos de ser amigos de un
club literario a ser dos amantes desesperados. Así de maravilloso. No sabía
quien eras, como eras, que quería, que buscabas, te sentí avasalladora, segura
de ti misma, demasiado parecida a las que yo buscaba desde siempre como para
ser real. Y cometí el error que aun estoy pagando. No me saqué la mascara, no
te di mi nombre, y seguí asumiendo otro rostro, otro cuerpo, otro miembro
viril, aunque mi historia sí era real, y también era real lo que te decía, mi
seducción y mi literatura, solo la forma era falsa, el fondo era muy real. Y
vino el Amar, y tus imágenes y mi poesía bajo tu embrujo, y nos invadió la
cercanía y la necesidad de estar juntos. Y te fui seduciendo, pervirtiendo,
atrayéndote hacia mi red de amor y deseo, y te fuiste entregando a mis brazos y
palabras, y fuiste cumpliendo la profecía de que seria mía, como nunca antes
fuiste de nadie y como nunca antes poseí a nadie. Y nos fuimos anudando entre
poemas y coqueteos, consumaciones y goces
compartidos, y entre juegos impúdicos y alegoría fálicas, y instauramos el
ídolo y el nido, los tetes y las pompas, la flor del sur y las palomas, y
fuimos felices en el goce y desesperados en al Amar. Y una cosa llevó a otra, y un día apareció el poeta, y otro
fuiste Casandra, y vino el Vizconde y al final el rostro verdadero, y el Amar
seguía ahí iluminando esas metamorfosis y esos desvaríos, y vivimos delirios,
desencuentros, largas ausencias, silencios y celos, y supimos del dolor de la
distancia pero también del nacer de la esperanza. Y Raúl fue difuminándose,
diluyéndose, desapareciendo, y lo odiaste para siempre en el desengaño, pero
hoy has comenzado a perdonarlo pues en la serenidad de tu alma sabes que sin él
estas cartas no habían sido nunca escritas, y jamás hubiera florecido este
Amar.
El Vizconde
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