Te escribo y es como si te hablara, como si te fuera
susurrando al oído estas confesiones secretas e indecorosas, es como si en
medio de la penumbra calurosa del lecho que soñamos, desnudos, sudorosos,
abrazados y abrasados por nuestros fuegos interiores yo te fuera relatando mis
lubricas vivencias, hablándote avergonzado sin mirarte a los ojos de mis
fantasías sobre gruesas y tiesas vergas imponentes, sobre mórbidas y tiernas
pichulas de largos prepucios, de lo que haría con ellas, de cómo las mamaría
mientras tú me miras entre el asombro y la lujuria contenida, de cómo me
gustaría sentirlas pene-trando mi florcita del sur aun virgen. Y tú me escuchas
en silencio detrás de tu recato, pero sintiendo como se estremece tu cuerpo
ante esas imágenes que yo voy dibujando para ti en palabras, sintiendo como
late tu vulva deliciosa, como punzan tus
pezones la sabana que nos cubre. Y siento tu mano tibia hurgando en mi pubis,
buscando mi pene para tomarlo con delicadeza y acariciarlo suavemente,
apretarlo con dulzura, y masturbarlo lentamente con un cariño incestuoso. Y voy escribiendo con la nítida sensación
de tus senos rozando mi pecho, puedo oler el aroma incitante de tu piel, de tus
intimidades, de tu sudor mezclado con tu
perfume, tu pelo cosquillea en mi piel, tu mano me pajea con un deleite sutil y
turbador, mi mano vaga por tu vientre hasta tu sexo humedecido por mi voz
lasciva y susurrantes, y mi dedo juega en tu clítoris haciendo pequeños
círculos, presionándolo con erótica ternura. Y continúo escribiendo como si te
hablara despacito en tu oído. Nuestros sudores de confunden en la piel de cada
uno, nuestras piernas se entrelazan con una sensualidad desconocida y urgente. A veces dejo de escribir y te
beso, con un beso apasionado, sexual, de bocas muy abiertas, de lenguas que se
retuercen como en la jugosa copula de los caracoles, y nuestras salivas embeben
los labios y escurren por las comisuras en una exaltación de mordiscos y de
dientes que entrechocan. Te escribo y es como si se nos viniera una marea de
aguas tibias y burbujeantes que nos inunda, nos arrastra hasta las arenas
quemantes de los deseos, desnudos, impúdicos, cómplices en los oscuros pecados
de la carne. Y tú me oyes con un silencio de ninfa virgen arrobada ante el
canto procaz del fauno que la seduce mientras danza a su alrededor con tu falo
erecto y la lascivia encendida en sus ojos libidinosos.
Tu Vizconde erguido.
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