lunes, 15 de abril de 2013

Cartas desde mi infierno (1)



Pero yo hago brotar de ti mismo el fuego que te devora”.
Lamentación por el rey de Tiro. Ezequiel 28:18.

Casandra, muy mía, te escribo desde el silencio, eso significa que estar carta no necesita tu respuesta, y más aun, puedes dejar de leerla cuando te des cuenta de que se trata. A mi me basta con escribirla porque siento que es como si te estuviera hablando y tu escuchando, abrazados sobre el lecho compartiendo en una dulce intimidad nuestras ternuras y soledades, y esa maravillosa necesidad que tenemos el uno del otro. No imaginas cuanto se alegró mi alma cuando supe que tú sabias, entendías y aceptabas mi secreto. Fue como una suave y refrescante lluvia que caía sobre los ocultos y terribles fuegos de perversión que consumen una parte de mi ser. Pensé que al fin podría sacarme de adentro todos pervertidos y obsesivos pensamientos, todas las lubricas fantasías que anidan escondidas en mis profundos laberintos, en mi cenagosa cloaca vivencial, esas espinas hirientes que hacen sangrar en mi desde hace muchos años y que nunca pude expresar abiertamente ante nadie. Me alegré porque creí que era el fin de un suplicio enmudecedor, que ahora había alguien con quien compartir mi secreto con la amistad, complicidad y comprensión necesarias para liberar mi alma y dejarla volar libre al fin de esa dolorosa sensación de  pecado. No se trataba de que tú ibas a compartir mi obsceno “sentir especial”, no amada Casandra, solo se trataba de que yo pudiera mostrarme ante ti en mi verdadera realidad oculta, poder hablar abiertamente de esa pulsión irracional que vive en mí como un demonio enquistado. Pero vinieron tus palabras, escritas bien lo sé, con tu infinito Amar y sabiduría: “Por lo que os manifiesto, no tocar mas el tema que alude tus sentires especiales,”, y las entendí y acepté porque conozco y respeto tu recato, tu pudor, tu severa actitud ente lo que a ti no te parece correcto. Y me volví a sentir un envilecido pecador, un sucio depravado que debía esconder para siempre su indecente secreto, más aun ante la mujer que amo desde el primer día en que iluminó mi vivir. Y me volvió a habitar la pena de la soledad, la tristeza de saberme solo, incomprendido, humillado, el saber que quizás debía seguir en la búsqueda de ese alguien donde pudiera verter mi verdad sin los límites de la censura y de la repulsión. Pero no, no deseo seguir en una búsqueda que sé que no tiene salida, si no eres tú, amada mía, ese ser que me liberará de mis cadenas es que no habrá nadie nunca, y por eso he decidido escribirte esta carta y las que vendrán, las leas o no, las contestes o no, porque solo en ti deseo encontrar la calma espiritual que busco para asumir y vivir en plenitud mi “sentir especial” aunque solo sea imaginando que me lees y comprendes. Porque a ti te amo y sé que me amas.

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