Pero yo hago brotar de ti
mismo el fuego que te devora”.
Lamentación por el rey de
Tiro. Ezequiel 28:18.
Casandra, muy mía, te escribo desde el silencio, eso
significa que estar carta no necesita tu respuesta, y más aun, puedes dejar de
leerla cuando te des cuenta de que se trata. A mi me basta con escribirla
porque siento que es como si te estuviera hablando y tu escuchando, abrazados
sobre el lecho compartiendo en una dulce intimidad nuestras ternuras y
soledades, y esa maravillosa necesidad que tenemos el uno del otro. No imaginas
cuanto se alegró mi alma cuando supe que tú sabias, entendías y aceptabas mi
secreto. Fue como una suave y refrescante lluvia que caía sobre los ocultos y
terribles fuegos de perversión que consumen una parte de mi ser. Pensé que al
fin podría sacarme de adentro todos pervertidos y obsesivos pensamientos, todas
las lubricas fantasías que anidan escondidas en mis profundos laberintos, en mi
cenagosa cloaca vivencial, esas espinas hirientes que hacen sangrar en mi desde
hace muchos años y que nunca pude expresar abiertamente ante nadie. Me alegré
porque creí que era el fin de un suplicio enmudecedor, que ahora había alguien
con quien compartir mi secreto con la amistad, complicidad y comprensión
necesarias para liberar mi alma y dejarla volar libre al fin de esa dolorosa
sensación de pecado. No se trataba de
que tú ibas a compartir mi obsceno “sentir especial”, no amada Casandra, solo
se trataba de que yo pudiera mostrarme ante ti en mi verdadera realidad oculta,
poder hablar abiertamente de esa pulsión irracional que vive en mí como un
demonio enquistado. Pero vinieron tus palabras, escritas bien lo sé, con tu
infinito Amar y sabiduría: “Por lo que os manifiesto, no tocar mas el tema que
alude tus sentires especiales,”, y las entendí y acepté porque conozco y
respeto tu recato, tu pudor, tu severa actitud ente lo que a ti no te parece
correcto. Y me volví a sentir un envilecido pecador, un sucio depravado que
debía esconder para siempre su indecente secreto, más aun ante la mujer que amo
desde el primer día en que iluminó mi vivir. Y me volvió a habitar la pena de
la soledad, la tristeza de saberme solo, incomprendido, humillado, el saber que
quizás debía seguir en la búsqueda de ese alguien donde pudiera verter mi
verdad sin los límites de la censura y de la repulsión. Pero no, no deseo
seguir en una búsqueda que sé que no tiene salida, si no eres tú, amada mía,
ese ser que me liberará de mis cadenas es que no habrá nadie nunca, y por eso
he decidido escribirte esta carta y las que vendrán, las leas o no, las
contestes o no, porque solo en ti deseo encontrar la calma espiritual que busco
para asumir y vivir en plenitud mi “sentir especial” aunque solo sea imaginando
que me lees y comprendes. Porque a ti te amo y sé que me amas.
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