“Y fornicaste con los hijos
de Egipto, tus vecinos, gruesos de carnes.” Ezequiel 16:26
Todo sucedió en un tiempo tan antiguo que los sucesos
se fueron fragmentando hasta hacerse finísima arena y los vientos de muchos inviernos las
esparcieron por desiertos y es como si no hubiera sucedido. Hubo un hombre, un
solitario macho de incontenida virilidad que buscaba como un unicornio en celo
o como un centauro siempre erecto la
ninfa del bosque que satisficiera sus incesantes ímpetus fálicos, una doncella
virginal donde sus oscuras perversiones clavaran el mástil viril en la duna más
alta de su cuerpo, una vestal sumisa que esperara anhelante en el templo del ídolo
inhiesto los lujuriosos deseos de su dueño. Los años se fueron disolviendo y
desgranando en esa búsqueda de lo imposible, muchas veces confundió voces o
rostros o cuerpos con la musa carnal que buscaba, equivocó lechos, fragancias,
miradas y rendiciones, y no eran la buscada. Entonces vino ella, en vuelo
palomar en un paisaje de marcos de hierro, ruidos y edificios, vino en un aire
de poesía, sutil y delicada, y en un destello de entrega infinita, sin más, lo
nombró su Amo y Señor, y él supo que era ella la ungida en una revelación también
instantánea, y comenzaron a escribir su historia con la furia del destiempo, de
los que saben que los años son pocos para vivir todas las pasiones posibles. Se
fueron enredando en un Amar soberbio y voluptuoso, rompieron los cercos y los
muros, se amaron en la grama y en los bosques, inventaron nombres y le fueron
dando sentido al silencio, a la distancia. Él fue potro y ella potranca, fue
esclava y doncella, él poeta y fauno, jugaron con los fuegos fálicos y se
perdieron en los pervertido asaltos del incesto, fueron hembra y macho
ilimitados y viceversa, ella aprendió a soltar sus amarras y a volar más bajo,
casi rozando las ciénagas, él redefinió sus rumbos y se dejo caer en el dulce
abismo de su escote naufragando feliz en sus pechos aferrado como un bebé a sus
pezones, la deseó hasta la uñas y sus noches fueron para siempre su largo pelo
ensombrecido. La poseyó con el delirio del solitario, poseyó su cuerpo y su
espíritu, la abusó y la violentó como un macho cabrío, la violó como un potro
encelado, y ella cedió a sus deseos con la ternura insoportable de su Amar, y
todo se convirtió en una ceremonia atávica, en un rito ancestral en que se
dejaban habitar por los instintos hasta saciarse de ellos mismo en la plenitud
perversa del sexo impuro y consumado. Pero él vivía detrás de una máscara.
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