jueves, 22 de agosto de 2013

Cartas desde el purgatorio (5)


EL FETICHE DE LA BARONESA

(Nota de un antigua amiga travesti de closet)


La palabra más simpática, serena y desapasionada para designar al fetiche de la Baronesa - tal vez la más usada en los textos, en las conversaciones serias o en las cuestiones académicas -  es, indudablemente: pene. Vulgarmente se le aplican una infinidad de motes y la lista es interminable. Las más frecuentes varían según las zonas geográficas o países. En España es polla, por otros lados de Hispanoamérica es verga, los brasileños le dicen cacete y aquí en el Río de la Plata la denominamos pija. Desde siempre me gustaron - la mía y las ajenas - siento por ellas una atracción muy fuerte y muy completa, abarcando un amplio abanico de sentimientos y deseos. Me gustan todas sin excepción. Son como las mujeres, todas tienen su encanto, particular - inclusive las menos agraciadas - sólo hay que saber buscarlo y tener la sensibilidad de apreciar la belleza y la sensualidad que a veces andan disfrazadas. Creo sinceramente que hay una pija para cada ocasión. Ya me he divertido con grandes y chicas o medianas, con las calvas, ya sean cabezudas o como la punta de una bala, con las que llevan gorritos de piel y se lo quitan para honrarnos, aquellas surcadas por venas, las blancas, morenas y negras, las que se sonrojan, las lloronas, las escupidoras, las perezosas y las superactivas. Me gustan las grandes para acariciarlas y pajearlas, las más pequeñas para sentarme sobre ellas y sentirlas totalmente dentro de mi cola, pero con las medianas disfruto de varias formas de juegos sexuales. Me siento segura frente a un macho porque tengo mis armas para enamorarlo a través del trato que le daré a su pija, aún nadie se ha quejado. Por una cuestión simplemente de apetitos y preferencias, siento una predilección mayor por las pijas de las niñas travestis, las que he tildado cariñosamente de pijas femeninas. Me excitan en mayor grado cuando emergen de un cuerpo delicado y depilado, cuando surgen debajo de las faldas o escapan de la insegura protección de unos breves calzoncitos. Cuando no las siento o no las veo, me las imagino; de todas formas y colores, de diferentes tamaños y diseños. En reposo o en pie de guerra, todas tienen su atractivo y su carisma. Me gusta admirarlas, adoro acariciarlas y confieso sin en menor atisbo de pudor, que realmente me enloquece, me trastorna y me transformo en una puta mamona cuando tengo la posibilidad de besar, lamer y chupar una pija hasta que me la quitan de la boca o mis propios intereses la dirigen a otra parte. Prefiero comenzar mi acto de fe y adoración a una pija cuando aún no está muy dura. Me gusta cuando todavía se mantiene flácida, maleable, cuando es posible mantenerla en la boca y jugar con ella, antes que se ponga rígida como un palo. Una pija blanda, doblada sobre sus huevos en actitud de calma y serenidad, destella una belleza inusitada. Mientras está inclinada, como abandonada y somnolienta, mantiene una especie de humildad e inocencia que me enternece. Lamentablemente permanece muy poco tiempo en ese estado, luego que comenzamos a brindarle atención. Imposible mantenerse inmune a los mimos, a las caricias y lametones que hacen despertar del letargo hasta la más remolona y perezosa de las pijas. En ocasiones  muy esporádicas - pues exige un esfuerzo sobrehumano – abdico del goce del sexo oral por algunos instantes, apenas para observar como una pija adormecida se yergue en pocos segundos, crece y se endurece, se torna majestuosa y agresiva. Es un milagro que acontece a cada instante, presenciarlo es una dádiva de la madre naturaleza, tan sabia y tan cachonda. Cuando la pija finalmente está erguida, durísima, con la piel estirada y el glande brilloso, no cabe otra que dedicarle con devoción, el más demorado y sabroso fellatio. Me gusta mamar hincada, totalmente sumisa y puta, intentando con toda parsimonia vencer a la ansiedad de calmar la sed y ese deseo salvaje de mamar desesperadamente como una ternerita hambrienta. Me encanta lamer despacito y por los costados como a un caramelo, succionar suavemente como a un seno, sujetándome en las nalgas, acariciando las caderas, levantando cada tanto los ojos para enfrentar las miradas, mientras le paso la lengua por el glande y vuelvo a engullirla. Soy chupadora de pijas, estoy muy orgullosa de serlo y me enloquece totalmente cuando se acaban en mi boca o en mi rostro, cuando la leche... bueno, con la leche.... es otra historia...

Bijou, Julio del 2008.

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