EL FETICHE DE LA BARONESA
(Nota de un antigua amiga travesti de closet)
La palabra más simpática, serena y desapasionada para
designar al fetiche de la Baronesa - tal vez la más usada en los textos, en las
conversaciones serias o en las cuestiones académicas - es, indudablemente: pene. Vulgarmente se le
aplican una infinidad de motes y la lista es interminable. Las más frecuentes
varían según las zonas geográficas o países. En España es polla, por otros
lados de Hispanoamérica es verga, los brasileños le dicen cacete y aquí en el
Río de la Plata la denominamos pija. Desde siempre me gustaron - la mía y las
ajenas - siento por ellas una atracción muy fuerte y muy completa, abarcando un
amplio abanico de sentimientos y deseos. Me gustan todas sin excepción. Son
como las mujeres, todas tienen su encanto, particular - inclusive las menos
agraciadas - sólo hay que saber buscarlo y tener la sensibilidad de apreciar la
belleza y la sensualidad que a veces andan disfrazadas. Creo sinceramente que
hay una pija para cada ocasión. Ya me he divertido con grandes y chicas o
medianas, con las calvas, ya sean cabezudas o como la punta de una bala, con
las que llevan gorritos de piel y se lo quitan para honrarnos, aquellas
surcadas por venas, las blancas, morenas y negras, las que se sonrojan, las
lloronas, las escupidoras, las perezosas y las superactivas. Me gustan las
grandes para acariciarlas y pajearlas, las más pequeñas para sentarme sobre
ellas y sentirlas totalmente dentro de mi cola, pero con las medianas disfruto
de varias formas de juegos sexuales. Me siento segura frente a un macho porque
tengo mis armas para enamorarlo a través del trato que le daré a su pija, aún
nadie se ha quejado. Por una cuestión simplemente de apetitos y preferencias,
siento una predilección mayor por las pijas de las niñas travestis, las que he
tildado cariñosamente de pijas femeninas. Me excitan en mayor grado cuando
emergen de un cuerpo delicado y depilado, cuando surgen debajo de las faldas o
escapan de la insegura protección de unos breves calzoncitos. Cuando no las siento
o no las veo, me las imagino; de todas formas y colores, de diferentes tamaños
y diseños. En reposo o en pie de guerra, todas tienen su atractivo y su
carisma. Me gusta admirarlas, adoro acariciarlas y confieso sin en menor atisbo
de pudor, que realmente me enloquece, me trastorna y me transformo en una puta
mamona cuando tengo la posibilidad de besar, lamer y chupar una pija hasta que
me la quitan de la boca o mis propios intereses la dirigen a otra parte. Prefiero
comenzar mi acto de fe y adoración a una pija cuando aún no está muy dura. Me
gusta cuando todavía se mantiene flácida, maleable, cuando es posible
mantenerla en la boca y jugar con ella, antes que se ponga rígida como un palo.
Una pija blanda, doblada sobre sus huevos en actitud de calma y serenidad,
destella una belleza inusitada. Mientras está inclinada, como abandonada y
somnolienta, mantiene una especie de humildad e inocencia que me enternece. Lamentablemente
permanece muy poco tiempo en ese estado, luego que comenzamos a brindarle atención.
Imposible mantenerse inmune a los mimos, a las caricias y lametones que hacen
despertar del letargo hasta la más remolona y perezosa de las pijas. En
ocasiones muy esporádicas - pues exige
un esfuerzo sobrehumano – abdico del goce del sexo oral por algunos instantes,
apenas para observar como una pija adormecida se yergue en pocos segundos,
crece y se endurece, se torna majestuosa y agresiva. Es un milagro que acontece
a cada instante, presenciarlo es una dádiva de la madre naturaleza, tan sabia y
tan cachonda. Cuando la pija finalmente está erguida, durísima, con la piel
estirada y el glande brilloso, no cabe otra que dedicarle con devoción, el más
demorado y sabroso fellatio. Me gusta mamar hincada, totalmente sumisa y puta,
intentando con toda parsimonia vencer a la ansiedad de calmar la sed y ese
deseo salvaje de mamar desesperadamente como una ternerita hambrienta. Me
encanta lamer despacito y por los costados como a un caramelo, succionar
suavemente como a un seno, sujetándome en las nalgas, acariciando las caderas,
levantando cada tanto los ojos para enfrentar las miradas, mientras le paso la
lengua por el glande y vuelvo a engullirla. Soy chupadora de pijas, estoy muy
orgullosa de serlo y me enloquece totalmente cuando se acaban en mi boca o en mi
rostro, cuando la leche... bueno, con la leche.... es otra historia...
Bijou, Julio del 2008.
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