Y comencé a gozar la visión inquietante de esa verga,
sin vergüenzas, sin autocensuras, como si yo fuera nada más y nada menos que un
hembra gozadora, fálica, viciosa, yo era al fin la puta pecadora de mis
fantasías. Era una verga deliciosa, de un macho de 23 años, depilado, una
pichula tierna, gordita, aun fláccida al principio, con su capuchita cubriendo
totalmente el virginal y violáceo glande, tu sabes que así me gustan los picos,
era tal cual me excitan en mi imaginación de hembra. Vi como colgaba grande y
blando, con su prepucio ocultando el glande, vi como se tocaba sus bolas, como
mostraba el meato asomando tímido. Vi como se iba erectando, lentamente
mientras él se lo meneaba a un lado y otro. Vi estremecido ese instante en que
con sus dos manos hace que la violácea cabeza, con su surco y su ojo, florezca
de súbito desde su carnal capullo, me estremecí verlo explotar así, tan macho,
tan dulce, tan libidinoso. Vi como volvía a acariciar sus lindas bolas con
sensual suavidad. Vi como volvió a encerrar el glande en su capucha y lo volvía
a hacer salir, y se masturbaba así, llevando el forrito hasta la punta. Lo
miraba extasiado mientras él lo mostraba impúdico, desvergonzado, parado, duro,
con toda la cabeza afuera, y comenzaba a pajearse. Mi pico ya estaba muy duro,
parado y yo me lo masturbaba suavemente. Vi como se alejaba un poco y se
pajeaba suavemente. Vi como se puso de perfil y sin completar la rica paja
jugaba con su falo con un delicioso desparpajo. Yo ya no me podía controlar, me
hacia la paja como desesperado, mi imaginación se desbocaba, recordé las cuatro
verga que he tocado y masajeado en mi vida y volví a sentir esa sensación de
otra carne dura en mi mano, y recordé la única verga que he chupado, y sentí
ganas de mamar esa verga que estaba mirando y gozando, de saborearla en mi
boca, sentir que me ahogaba, que la chupaba con ansiosa fruición, que atrapaba
esa piel tierna del prepucio con mis labios y la estiraba una y otra vez, y
después me la metía entera en mi boca de puta caliente y la masturbaba con mi
lengua y mi paladar, y con mis labios corría y descorría el forro y sentía en
mi boca la suavidad del virginal glande, y de pronto lo sentía latir,
endurecerse aun más, y presintiendo que venia la eyaculación lo sacaba y lo
tomaba con mi mano y lo masturbaba apretándolo, corriendo y descorriendo el
forrito suavecito, y en eso salía el chorro de semen que me quemaba la piel de
mi mano y yo igual terminaba mi paja en una abundante eyaculación y también
sentí como mi propia moqueada me quemaba la piel de la otra mano. Y después de
un tiempo de relajación, volví a ser yo otra vez y me dediqué a escribirte esta
confesión, y me sentí libre de pecado porque extrañamente mis deseos por ti me
liberan.
Tu Vizconde tentado.
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