lunes, 27 de mayo de 2013

Cartas desde mi infierno (22)


YO PECADOR

“Y sin que me rogara, se la empecé a chupar y a sobar al mismo instante... Estaba como loca mamándosela y él respiraba intensamente... Yo no podía parar de chupársela y quería acomodármela toda dentro de mi boca... Pero no me cupía... Y se la sobaba fuerte y lo observaba...”. Anonima.

No sé porque amanecí excitado, quizás por que van varios días sin complacerme a través de la masturbación. El fuego que me devora ardía en mí como una alta hoguera trepidante. La tentación obscena hervía en mis venas punzando la carne débil y cegando la rendida voluntad. De manera que fui a mi colección secreta de vergas, es un blog clandestino al que solo yo puede acceder y donde he ido posteando ordenadamente las imágenes de falos de mi gusto que tenía desperdigadas en vario correos. Mi demonio interior solo quería verlas, vivir a través de la visión pecadora esos “sentires especiales”, esas fantasías fálicas que prometen extraños goces físicos que jamás se consumarán. Primero me dediqué a subir al blog más vergas que tenia archivadas en un muy antiguo correo, fueron dieciséis, con esos falos la colección ya tiene cincuenta y ochos pichulas seleccionadas según mi equivoco y pervertido gusto fálico. Luego las fui mirando todas una a una, repasándolas una y otra vez con ojos de macho-hembra, buscando sus pequeños detalles eróticos, buscando la característica; forma, tamaño, actitud, dureza y blandura, grosor, largo de prepucio, diseño de sus venitas, color del glande, etc., etc., que me hicieron seleccionarla, que me atrajeron más que otras, que me despertaron morbosas intensidades. Ahí estaban esas mentulas imponentes o tiernuchas, curvas o rectas como lanzas carnales, gruesas y duras, o blandas y fláccidas, en descanso amodorrado o en majestosa erección, de machos jóvenes o maduros, su entorno depilado y con esos vellos oscuros y enredados, con sus balanos completamente afuera o escondidos en la intima carnalidad del prepucio, alguna dejando salir un amarillo y cristalina chorro de orina, otra con el semen escurriendo hacia abajo en un delgado hilo denso y lechoso, hermosas pichulas de machos rubios, morenos, pelirrojos, incluso alguna de un erecto macho negro, todas con sus bolas depiladas o peludas, grandes o pequeñas, sosteniendo esos soberbios falos, todas ahí para mi oscuro disfrute secreto. Lentamente fui seleccionando las que más me gustaban, y luego seleccionando entre ellas las que más me calentaban, hasta que entre estas elegí la que en ese momento de fálica calentura me excitaba más. Fue la numero cincuenta. Extrañamente no es una verga erecta ni a medio erectar, es una verga en tranquilo reposo, completamente depilada, pubis y testículos, no es muy grande, diría que es bastante común, normal, lo que me hizo elegirla fue su prepucio, muy largo, cubriendo completamente el glande, incluso se extiende mas allá de el, por lo que no se ve ni siquiera el meato urinario, como que sobra un poquito de esa carnalidad tierna de forrito. A lo largo de su lado superior se ve una vena recta, gruesa, prominente, y en la mitad se observa un pequeño enjambre de varias venitas delgadas como raíces. Las bolas son pequeñas, poco llamativas. El glande es prominente y su forma se adivina muy bien bajo el prepucio que lo oculta tiernamente. Y el prepucio, delicia de mis fantasías, delicada capucha, blandita piel erótica,  es como una pequeña boquita que se alarga más allá del glande en un cono de suave carne que susurra incitante una “o”. Y ahí se quedan mis ojos atrapados, en ese alargamiento de tierna carne arrugada, y mi fantasía se me escapa a campo traviesa y me imagino con ese pedacito de prepucio sobrante apresado en mis labios, estirándolo, alargándolo en un caliente y desvergonzado juego fálico. Siento su textura blanda y carnal en mis labios, y en mi loca fantasía sé que es el inicio de algo más, que luego apresare el glande en mi boca, que descorreré lentamente el prepucio con mis dedos y comenzare a mamar enloquecido esa verga fláccida hasta sentir que su dureza me atraganta, me llena la boca de deseos, y me arrastra a continuar succionado hasta la misma eyaculación. Pero mi fantasía se detiene justo un instante antes, cierro las imágenes y comienzo a escribir avergonzado esta confesión.

Tu Vizconde encendido. 

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