Casandra mía, mi deseada Casandra, los demonios no han
obligado a pasar a la clandestinidad, a ocultarnos en la selva de Internet, por
eso te envío ahora estas cartas de obsesión desde este sitio donde se inició el
fuego que nos consume. Y las envío con la esperanza de que las seguirás
leyendo, ahora escondida esos otros ojos que te persiguen como una jauría en
desesperado celo, las envío como si las tirara al mar en una botella que
buscará la playa solitaria donde tu la recogerás y sabrás que son para ti. Porque
el Amar persiste más allá de las barreras y las limitaciones, porque como el
musgo se agazapa latente para reverdecer en la próxima humedad. Y es más, mi
obsesión aumenta en su intensidad ante las oscuras adversidades, y más me
calienta escribirte de mis perversiones y mis fantasías fálicas sabiendo que me
leerás encubierta, como si eso aumentara el pecado, con un morbo más delicioso
sabiendo que al hacerlo estas burlando al demonio que te acosa. Y sientes que
te ríes de ese perseguidor patético cuando me imaginas mirando extasiado
imponentes vergas erectas, tiernos falos fláccidos, delicados penes de
shemales, disfrutando sus envergaduras, sus suaves prepucios, sus rosados
glandes, y al compartir esas obscenidades estas ganándole el juego. Ven,
acércate más a mi, acurrúcame entre tus brazos como una madre incestuosa,
hembra maternal y sexual a la vez, déjame apretar ese pezón entre mis labios,
déjame ser tu bebé macho, déjame hundirme en el canalillo de tus pechos, deja
que tu mano tibia tome mi pene y tiernamente lo acaricie hasta la erección,
mastúrbalo, apretújalo, corre y descorre su prepucio hasta que sientas mi semen
escurriendo por tu mano. Aférralo como el mástil de una bandera de venganza
contra ese pasado acosador. Ven a compartir conmigo el rito de la masturbación
en el templo de dios Onán para quemar el incienso de la liberación. Toda
lujuria confluye ahora en esta complicidad clandestina, libidinosa, la antigua
imagen de tu vulva húmeda y de tu pezón cercado por tu mano, mi masturbación ansiosa
ante esas visiones del paraíso y también ante los endurecidos falos de mi
vicio, en una fusión inquietante y ambigua como dos ríos que se unen para
formara un solo torrente que arrastra mis deseos hasta el incandescente océano
de una laxa saciedad. Que importa si la triste bestia que te hostiga lee estas
cartas y se retuerce en su babosa envidia, y grita y desespera deslumbrado por
el Amar que nunca logrará vencer, si tu y yo habitamos felices un Universo que
para él es ajeno e imposible.
El Vizconde clandestino.
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