Casandra, como te conté hace un tiempo, hace ya como
cinco años que mis relaciones físicas con mi esposa han ido disminuyendo rápidamente,
y desde hace como dos años son prácticamente nulas, a veces pasan meses sin que
tengamos ningún tipo de contacto sexual. Ella nunca fue muy ardiente, ni
necesitaba de sexo en forma periódica, era yo el que la tenia que motivar, lo
que no siempre lograba, cuando yo era joven y vivía siempre necesitando sexo la
podía excitar, pero con los años me era cada vez mas difícil hacerlo y nunca he
querido forzarla ni obligarla. Me cuesta enfrentar que quizás mi señora ya no
quiere más sexo en su vida, cumplió 60 años, en cambio al contrario de otros
hombres a mí no se me ha quitado lo caliente con la vejez. A los 63 me queda
aun ese rescoldo del macho que fui, experimentador, gozador, sexual, debes
entender que es parte de mi naturaleza, sé que me conoces mucho y sabes de qué
hablo. Ahora bien, esta continua abstinencia sexual me ha llevado a nuevas exploraciones
de mi sexualidad, a descubrir que hay ciertas acciones muy simples, que poseen
para mí una alta intensidad sexual. Por ejemplo, me excita estar acá
escribiendo con mi pichula afuera del pijama, bajo la bata, ni siquiera erecta,
si no sentir el roce de la tela de la bata en ella como la expresión de una
desnudez impúdica pero escondida. O poner las chalas, calzado bajo y abierto, de
mi esposa, ese solo hecho me hace sentir una extraña sensación de travestismo
secreto. También ver a mi esposa de reojo desnudarse al acostarse, ver de lado
y no totalmente sus grandes tetas y los pliegues de su cuerpo maduro. Esto quizás
por es muy recatada y jamás se muestra completamente desnuda al vestirse o
desvestirse ante mí, haciéndolo siempre de espalda, lo que incita mi voyerismo.
O desnudarme en una pieza del conventillo del que soy dueño, y quedarme así un
buen rato incluso sin llegar a masturbarme, pero no siento lo mismo en casa si
me desnudo cuando estoy solo. Y por ultimo, me calienta ver a los perros
puliendo en la calle, ver sus vergas muy rojas, sus movimientos desenfrenados. Creo
que mi ser sexual, que ya no tiene salida física con una pareja, se ha ido
adaptando a sobrevivir en este desierto. Sé que en algún momento mi sexualidad
se consumirá y desaparecerá, no debe faltar mucho, así es la vida y lo aceptaré
hidalgamente, pero todavía no me llega ese momento. Siempre he ido aceptando la
declinación natural de mi vida, no temo a la vejez, aunque no sé como me sentiré
ese día en que el sexo ya no me motive, supongo que será como si quedará ciego
y ya no pudiera leer ni escribir. La mitad de lo que ha sido mi vida
desaparecerá. Pero por otro lado recuerdo esa frase que leí hace muchos años en
la novela Gracias por el Fuego, de Mario Benedetti, cuando un hombre ya viejo
por primera vez no puede tener sexo con su joven amante, y le dice: “Nadie como
yo se ha ganado el descanso en este aspecto, y después de todo es casi mejor.
Ahora tengo la cabeza libre para arreglar el siniestro desorden que es el
mundo”.
El Vizconde filosófico.
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