domingo, 16 de junio de 2013

Cartas desde mi infierno (33)


Casandra, como te conté hace un tiempo, hace ya como cinco años que mis relaciones físicas con mi esposa han ido disminuyendo rápidamente, y desde hace como dos años son prácticamente nulas, a veces pasan meses sin que tengamos ningún tipo de contacto sexual. Ella nunca fue muy ardiente, ni necesitaba de sexo en forma periódica, era yo el que la tenia que motivar, lo que no siempre lograba, cuando yo era joven y vivía siempre necesitando sexo la podía excitar, pero con los años me era cada vez mas difícil hacerlo y nunca he querido forzarla ni obligarla. Me cuesta enfrentar que quizás mi señora ya no quiere más sexo en su vida, cumplió 60 años, en cambio al contrario de otros hombres a mí no se me ha quitado lo caliente con la vejez. A los 63 me queda aun ese rescoldo del macho que fui, experimentador, gozador, sexual, debes entender que es parte de mi naturaleza, sé que me conoces mucho y sabes de qué hablo. Ahora bien, esta continua abstinencia sexual me ha llevado a nuevas exploraciones de mi sexualidad, a descubrir que hay ciertas acciones muy simples, que poseen para mí una alta intensidad sexual. Por ejemplo, me excita estar acá escribiendo con mi pichula afuera del pijama, bajo la bata, ni siquiera erecta, si no sentir el roce de la tela de la bata en ella como la expresión de una desnudez impúdica pero escondida. O poner las chalas, calzado bajo y abierto, de mi esposa, ese solo hecho me hace sentir una extraña sensación de travestismo secreto. También ver a mi esposa de reojo desnudarse al acostarse, ver de lado y no totalmente sus grandes tetas y los pliegues de su cuerpo maduro. Esto quizás por es muy recatada y jamás se muestra completamente desnuda al vestirse o desvestirse ante mí, haciéndolo siempre de espalda, lo que incita mi voyerismo. O desnudarme en una pieza del conventillo del que soy dueño, y quedarme así un buen rato incluso sin llegar a masturbarme, pero no siento lo mismo en casa si me desnudo cuando estoy solo. Y por ultimo, me calienta ver a los perros puliendo en la calle, ver sus vergas muy rojas, sus movimientos desenfrenados. Creo que mi ser sexual, que ya no tiene salida física con una pareja, se ha ido adaptando a sobrevivir en este desierto. Sé que en algún momento mi sexualidad se consumirá y desaparecerá, no debe faltar mucho, así es la vida y lo aceptaré hidalgamente, pero todavía no me llega ese momento. Siempre he ido aceptando la declinación natural de mi vida, no temo a la vejez, aunque no sé como me sentiré ese día en que el sexo ya no me motive, supongo que será como si quedará ciego y ya no pudiera leer ni escribir. La mitad de lo que ha sido mi vida desaparecerá. Pero por otro lado recuerdo esa frase que leí hace muchos años en la novela Gracias por el Fuego, de Mario Benedetti, cuando un hombre ya viejo por primera vez no puede tener sexo con su joven amante, y le dice: “Nadie como yo se ha ganado el descanso en este aspecto, y después de todo es casi mejor. Ahora tengo la cabeza libre para arreglar el siniestro desorden que es el mundo”.
El Vizconde filosófico.


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