sábado, 8 de junio de 2013

Cartas desde mi infierno (28)



“o quizás te aparece un galán de la noche y te viola”. Casandra.

Estoy en una pieza de un campamento durmiendo bajo la sabana completamente desnudo pues anoche me estuve masturbando imaginando a Casandra. Como siempre duermo de lado en posición fetal mirando hacia la pared. De pronto despierto al sentir a alguien que se mete en mi lecho sigilosamente, me vuelvo asustado pero unos brazos fuertes me atrapan inmovilizándome, y una voz susurrante me dice al oído; “tranquilo soy yo, Luisito el cocinero”, sin poder moverme siento el contacto con su cuerpo también desnudo. Mi mente me trae la imagen del cocinero, un hombre maduro, más que cuarentón, macizo, algo gordito pero musculoso, por sus maneras deduje que es gay apenas lo vi hace varias semanas, su aspecto es agradable, y después de un mes de abstinencia sexual obligada ya me había imaginado invitarlo una noche  a mi pieza para que me hiciera un sexo oral. Eran fantasías mías, pero ahora allí estaba él detrás de mí atrapándome con sus brazos. Un pervertido destello cruzó por mi mente libidinosa y me quedé quieto para ver que hacia. Como él vio que no me resistía, apegó más su cuerpo al mío y sentí el roce de su verga en mis nalgas, la tenia erecta, dura, caliente, él llevo su mano y me tomo mi verga que ya comenzaba a erectarse, sin pensarlo hice lo mismo y moviendo mi mano hacía atrás le agarré también su miembro, la sentí gruesa, grande, muy erguida, instintivamente comencé a masturbarla y él hizo lo mismo con mi pene. Todo sucedía en un silencio absoluto, solo se oían nuestras respiraciones agitadas. Después de unos momentos de pajeo mutuo, solté su verga e intenté ponerme boca arriba pensando que él deseaba mamarme, pero me retuvo inmovilizado con el otro brazo, sin entender sus intenciones me quedé quieto, y sentí como él iba moviéndose de forma que su falo se instaló en mi surco anal y me punzo varias veces buscando mi flor anal, yo sentía esa pichula endurecida entre mis nalga y un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Pronto el glande encontró mi ano y lo punzó abriéndolo suavemente de manera que el balano se instaló en la entrada misma de mi florcita del sur. Su mano seguía pajeándome deliciosamente, yo ya estaba demasiado excitado como para razonar y me relajé entregado a lo que viniera, solo el temor a una dolorosa pene-tración me mantenía algo tenso, pero mi calentura pudo más y rápidamente me dejé hacer. Él se dio cuenta de mi entrega y soltando mi pene me tomo con ambas manos de mis caderas y de un envión me penetró varios centímetros, grité un ay! cuando sentí en mi ano virgen la dura irrupción de su verga, el dolor se confundió con el inquietante goce sodomítico, me sentí hembra, sumisa y receptiva, él permaneció muy quieto esperando mi reacción. Después de la primera conmoción me fui moviendo a poquito, empujando mi culo hacia él, eso lo envalentonó y me penetro otro poco, y luego me lo fue metiendo muy lentamente, me dolía pero lo gozaba a la vez, hasta que me introdujo su miembro de manera que llegué a sentir sus bolas en mis nalgas y su vientre apegado en mi espalda, entones me moví como una perra caliente abotonada a un macho, y él comenzó a bombearme primero lento y después mas y mas acelerado, me jineteaba jadeando, yo me quejaba quedamente del dolor irritante en mi ano y el goce impúdico de sentirme penetrado. Comencé a masturbarme excitadísimo. Estuvimos un buen rato así, luego lentamente nos fuimos moviendo y levantado a la par sin decir palabra, hasta que quedé en cuatro patas y él montado sobre mí. Y ahí comenzamos a culear como desesperados, como perros callejeros, yo me pajeaba muy rico, el acesaba desesperado, de pronto sentí su estremecimiento y me incrustó su miembro bruscamente en mi adolorido ano, luego vino su eyaculación, sentí ese líquido caliente derramándose dentro de mí y eyaculé de inmediato. Nos quedamos así un rato, tratando de recuperar la respiración. Una vez más calmados él se desabotonó suavemente, sentí el semen escurriendo por entre mi piernas y me tiré de bruces en el lecho. Él se bajó de la cama y silenciosamente abandonó la pieza. Yo me quedé un largo rato tirado boca abajo sobre el lecho, mi ano me ardía terriblemente. Había sido violado, y fue tal como imaginé muchas veces en mis noches de locas fantasía fálicas.
El Vizconde incitado


No hay comentarios:

Publicar un comentario