Etiquetada de “género menor”, en algunos tiempos
vigilada y perseguida hasta el punto de llevar a la carcel a sus autores o
relegarlos al anonimato, muchas veces vergonzante para los lectores ávidos de
ardor, escondida en los últimos estantes de las librerías y bibliotecas,
siempre cuestionada; la literatura erótica consigue el más difícil de los
objetivos: involucrar al cuerpo en la palabra, conmoverlo, movilizarlo. Tanto
el escribir como el leer literatura erótica, literatura que recurre a la
sensualidad y la excita, provoca aún hoy cierto escozor, vergüenza y hasta
remordimiento; porque esa escritura y esa lectura son actos masturbatorios y,
aunque hoy pareciera poder hablarse abiertamente de las relaciones sexuales de
toda índole, color y sabor, asumir la práctica hedonista, la práctica
masturbatoria, todavía equivale a confesarse infantil, cobarde, incapaz de
llegar al intercambio sexual. ¡Pues no! En el acto de darse placer, el
hombre/la mujer ejerce su capacidad de imaginar y aprende sobre su propio goce.
La literatura erótica aporta un gran cúmulo de fantasías al imaginario
personal, estimula el deseo y lo canaliza… ¡si, calienta! Las situaciones,
tópicos e ideas expuestas en las obras eróticas son más o menos siempre las
mismas: todas las formas posibles del acto sexual, la iniciación, la
dominación, la sumisión, el poder, el dolor, lo bello, lo asqueroso, lo
escatológico, "lo prohibido"; el cuerpo exaltado, maniatado,
penetrado, violentado, abierto, voluptuoso, lamido, inflamado, luminoso,
entregado, poseído; la expresión de un mundo privado, oculto, secreto. Así,
abunda la narración en primera persona, en particular en forma de epístolas o
diario y muchas obras eróticas son "diarios verdaderos" donde "personas
reales", muchas veces ocultas detrás de un seudónimo, exponen sus
fantasías y sus experiencias sexuales, explicándolas detalladamente y
explicándose a sí mismas también en otros planos que no son su vida sexual sino
simplemente su vida y entonces el acto de escritura, al mismo tiempo que acto
de búsqueda del placer (de inspiración libertina), adquiere un carácter
confesional y a veces hasta se transforma en un acto expiatorio (de inspiración
cristiana). La eterna discusión y objeción al género es la necesidad de definir
"lo erótico" diferenciándolo de lo pornográfico y lo obsceno. Lo
“sugerente” sería erótico, lo "explícito" sería pornográfico y
obsceno. Esta necesidad diferenciadora no aporta a la definición ni a la
clasificación de una obra, todo depende de la recepción del lector: lo que para
algunos puede resultar altamente escandaloso, para otros puede ser una
sutileza. Una obra erótica es verdaderamente “erótica” cuando lleva el erotismo
por caminos imprevisibles, cuando la carga sensual se sumerge en un contexto,
en una historia con densidad: una mera sucesión de escenas sexuales no hace que
una obra erótica sea buena-erótica, porque como en la vida, el acto sexual, en
su infinito espectro de posibilidades, es sólo la parte de un todo más
complejo. De la diestra o siniestra pluma del escritor depende que la carga
erótica se encabalgue en una "historia multicapa", en la que el sexo,
es sólo una. El poder de la palabra que conmueve al cuerpo hace que la
historia, el contexto en el que se desarrolla, las ideas que plantea, penetren
muy profundamente, quedando prendadas al lector, que se identifica o distancia
de la intimidad expuesta, pero que nunca permanece indiferente; hasta el punto
en que a veces se ve movilizado a apartar las manos del libro y los ojos de la
lectura para no volver a retomarla nunca más o para satisfacer la necesidades y
deseos de su cuerpo que late.
Fragmento
de “Literatura erótica: Palabras que encienden”. Natalia Ferretti, 2006.
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