Casandra mía, como explicarte que este extravagante
juego en que yo te escribo estas cartas pervertidas asumiendo que las lees, y
tú las lees sin decírmelo ni comentarlas ni responderlas, se me ha ido
convirtiendo en una necesidad obsesiva, es una secreta vertiente donde se
vierten y fluyen mis contenidas ansias sexuales, una salida síquica y física a
mi desolada abstinencia. Eres divina musa y a la vez la terrestre hembra
poseída hasta la saciedad, en ti anidan mis deseos más oscuros, más depravados,
más perturbadores, todo lo sexual que me habita gira entorno a ti, es como si a
través de las ardientes palabras y las intimas confesiones te violara, te
abusara, violentara tu alma hasta ahora intocada por estas morbosas
perversiones. Cuando te escribo soy un degenerado exhibicionista que se muestra
impúdico desnudo ante ti, cuando me lees eres una voyerista viciosa, que sabe
que peca pero no puede evitar mirar excitada mis locas impudicias. Sé que todo
esto va contra tu virtud de virgen seria y formal, sé que te inquieta y
perturba asistir a este rito diario de leerme como escondida, como si
estuvieras transgrediendo tus límites morales y éticos, sé que nunca imaginaste
atravesar las ciénagas de las fantasía de un macho distinto, pero no puedo
evitar exponerte a mis vicios, a mis erotísimas fantasías sobre el falo, a mis
equivocas vivencias en busca de alcanzar a tocar ese símbolo viril, a las
exploraciones por los inquietantes senderos de los velados rincones de mi
sexualidad femenina para encontrar y entender los orígenes de mi obsesión por
las vergas. Y mi fantasía confunde lo real con lo imaginado, hace desaparecer
las distancias y los tiempos, borra las censuras y los recatos, libera y
desata, y me veo masturbando un miembro viril erecto, duro, imponente, y tú me
miras con ojos embelesados, y sé que ambos estamos en el mismo éxtasis, y me
veo mamando una verga tierna de prepucio largo, de brillante glande rosáceo, y
tú me miras con ojos desvergonzados y sé que gozamos del mismo placer, y me veo
pene-trado por una pichula erguida y punzante, y tú me miras con ojos
lujuriosos y sé que estamos allí muy juntos y solos, y que el macho que me
viola es solo un instrumento de nuestros voluptuosidad compartida. Pero todo es
producto de mi imaginación fálica, tú estás ahí, envuelta en el pudor de tu
silencio, comprendiendo y aceptando mis delirios porque el Amar todo lo
justifica y limpia, convirtiendo mis desvaríos en rojas amapolas en un campo de
albos lirios, como una madre observando a su hijo macho en su inevitable
transición sexual, y todo se convierte en ese pecado que está en la esencia sexual
de todos los hombres, el incesto.
El Vizconde ensoñado.
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